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¿Eres percibido como auténtico? y ¿qué es realmente la autenticidad?

December 11, 20254 min read

Todos intuimos que la autenticidad está en el núcleo de cualquier relación humana significativa. Nadie quiere construir confianza con alguien que parece opaco o artificial. Esta intuición se vuelve aún más relevante cuando pasamos del contacto personal a la presencia pública. Los seres humanos podemos mantener relaciones estables con unas 150 personas, un umbral cognitivo identificado por la antropología como el límite de nuestras conexiones interpersonales significativas. Más allá de ese rango, nuestra presencia personal deja de ser suficiente.

Ahí es donde entra la marca personal. Actúa como nuestro sustituto cuando no estamos presentes. Ayuda a que otros entiendan quiénes somos, qué defendemos y por qué deberían confiar en nosotros. Permite generar una relación vicaria que posibilita que las personas se vinculen con nosotros sin habernos visto jamás. Para que eso funcione, nuestra marca debe ser percibida como auténtica. Si el público detecta falta de autenticidad, la relación se rompe antes de empezar.

La investigación académica confirma lo que nuestra intuición sugiere. Numerosos estudios demuestran que las marcas percibidas como auténticas generan mayor apego emocional, mayor resiliencia frente a errores y una identificación más profunda por parte de su audiencia. Estos efectos se traducen en comportamientos como la lealtad, la disposición a pagar un precio superior y una mayor tendencia a hablar positivamente de tu marca.

Aquí aparece el matiz interesante. A pesar de la importancia de la autenticidad y del volumen de investigación que ha generado, los académicos no han llegado a un consenso pleno sobre qué es exactamente la autenticidad. Existe una dirección general, pero no una teoría definitiva y unificada. En las últimas dos décadas se han propuesto varios modelos, cada uno captando una parte del fenómeno sin llegar a abarcarlo por completo.

Aun así, un marco destaca por su influencia y rigor empírico: el modelo seminal de Morhart et al. (2015). Su trabajo se considera la referencia porque ofrece una visión clara y validada de los elementos fundamentales que componen la percepción de autenticidad. Según este modelo, percibimos una marca como auténtica cuando están presentes cuatro dimensiones esenciales:

  • Credibilidad: la marca cumple sus promesas y actúa con competencia.

  • Integridad: actúa de acuerdo con principios claros y muestra coherencia moral.

  • Simbolismo: representa valores y significados que resuenan con su público, facilitando la conexión identitaria.

  • Continuidad: muestra estabilidad en el tiempo, honra su trayectoria y sigue siendo reconocible incluso cuando evoluciona.

Estos cuatro pilares forman hoy la base más aceptada para entender la autenticidad de marca. Otros autores han propuesto variaciones. Bruhn et al. (2012), por ejemplo, hablan de continuidad, originalidad, fiabilidad y naturalidad. También se han explorado diferencias sectoriales en ámbitos como el lujo, el turismo o la tecnología. Aun así, el trabajo de Morhart sigue siendo el marco más generalizable y sólido del que disponemos.

Desde la perspectiva de la marca personal, este modelo ofrece una brújula práctica. Para ser percibido como auténtico, una marca personal debe demostrar credibilidad a través de la competencia y la consistencia, integridad a través de decisiones y comportamientos alineados con valores reconocibles, simbolismo mediante una visión del mundo clara que otros puedan compartir, y continuidad a través de una evolución coherente en lugar de cambios erráticos de postura o mensaje.

Tomemos algunas conclusiones que pueden guiarnos en la forma de pensar nuestra marca personal y en cómo decidimos mostrarnos ante el mundo.

La autenticidad debe tratarse como una percepción, no como una propiedad absoluta. Lo que importa es cómo las personas interpretan las señales que emitimos mediante nuestro trabajo, nuestro comportamiento, nuestra comunicación, nuestra historia, nuestras promesas y nuestros valores.

La autenticidad es multidimensional: funcional (calidad, fiabilidad), simbólica (valores, identidad), relacional (confianza, transparencia) y experiencial (consistencia en todos los puntos de contacto).

Gestionar la autenticidad requiere coherencia en todos los puntos de contacto: lo que hacemos, lo que decimos, cómo tratamos a los demás y cómo nos mostramos en los distintos contextos profesionales. Cuando la autenticidad se fuerza o se utiliza como táctica, suele generar el efecto contrario, provocando señales de pretenciosidad, inconsistencia o desconfianza.

La autenticidad genera beneficios claros: refuerza el apego emocional, aumenta la resiliencia cuando cometemos errores y facilita una identificación más profunda. Esto conduce a una mayor lealtad, mayor disposición a pagar por nuestro trabajo y un boca a boca positivo.

Ayudo a organizaciones y líderes a ganar claridad y definir su estrategia de éxito en momentos de transición o crecimiento - Brand strategist. Personal branding. Profesor en Esade. Autor.

Giuseppe Cavallo

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